viernes, 6 de julio de 2012

Riada de San Policarpo


El lunes 26 de enero de 1626 onomástica de San Policarpo, la ciudad de Salamanca se despierta bajo un cielo gris plomizo que amenaza con desatar toda su furia sobre la capital. Durante el sábado y domingo, la provincia había sufrido los estragos de una terrible tormenta que en esos dos días, los fuertes vientos y la copiosa lluvia habían hecho subir alarmantemente el nivel de las aguas del Tormes. 
 
Restos de San Nicolas. Fuente La Gaceta de Salamanca.
El año, que había empezado como lo finalizó el anterior, con fuertes nevadas y abundantes lluvias parecía presagiar que los campos tendrían agua suficiente para mantener las cosechas venideras. Pero ese mismo día 26, a las cuatro de la tarde vuelven la lluvia y el fuerte viento a hacer acto de presencia. Algunas casas dentro de la ciudad al no poder soportar la cantidad de agua recibida y los estragos que el vendaval está produciendo, acompañado por los deficientes materiales con los que se habían construido se vienen abajo, presagiando la catástrofe que se cerniría horas más tarde sobre parte de la capital salmantina y el vecino municipio de Tejares.

Cuando a las nueve de la noche, muchos de los habitantes de la ciudad están durmiendo o preparándose para ello, una furiosa corriente de agua y barro producida por las lluvias y el deshielo de las sierras de Béjar y Gredos que han ido vertido sus aguas a los afluentes del río Tormes y que traen consigo los trágicos frutos cosechados en los pueblos por los que han ido pasando, cubre todos los ojos del Puente Romano, convirtiendo este en una gran presa, con vigas, árboles y diverso material de las casas y haciendas que han ido derribando en los cercanos pueblos de Aldealengua donde desaparecen 20 casas, en Amatos otras 3 casas, Aldeatejada otras 3 viviendas o Encinas y Huerta que han visto desaparecer bajo las aguas a medio pueblo. Los campos, tierras y casas más cercanos a las orillas del río son los que sufren los primeros envites de las embravecidas aguas, aunque esto no sera más que el comienzo de una noche de pesadilla. Todo el barrio de curtidores desaparecerá o quedará prácticamente destruido junto con las huertas, aceñas, molinos de trigo y campos de cultivo cercanos a las riberas del Tormes, que quedarán cubiertos por la arena del río. 

Todo el material que fue arrastrado por el río y depositado en el Puente Romano hace que por la presión que en él se ejerce pierda cuatro de sus ojos en las primeras horas, en las sucesivas perderá otros seis, todos ellos de la parte del Arrabal y que al juntarse las aguas  retenidas con las del cercano arroyo del Zurguén, que trae abundante caudal, alcance en los momentos de mayor avenida de las aguas una anchura de 15 kilómetros. Esto hace que el agua al revocar, entre por la Puerta de San Pablo hasta la cercana iglesia de Santo Domingo anegando y destruyendo, algunas de las edificaciones allí cercanas.

Diversos conventos como los de San Lázaro, Trinidad Descalzos, Carmelitas Descalzos, Premostenses, Agustinos, Colegio de Santa María de la Vega y Colegio de los Niños Huérfanos y las iglesias de San Nicolás, Santa Cruz, Santiago, San Lorenzo y la Trinidad así como el Hospital de Santa María la Blanca que se encuentran asentados en la vega y arrabales cercanos, serán destruidos o seriamente dañados.
Dibujo de Anton Van den Wyngaerde, desde el Arrabal, 56 años antes de la catástrofe.
Mientras tanto el agua y el viento siguen batiendo las casas de la ciudad sin dar tregua a sus sufridos habitantes, ellos con los escasos medios que cuentan, prestan auxilio o salvan de una muerte segura a sus vecinos. Varias casas del arrabal de Tejares se incendian al ser derrumbadas por el fuerte viento, lo que hace más dantesca la visión que tienen los salmantinos desde la otra orilla de la ciudad. 
 
Varios nobles como: Don Alonso de Bracamonte, que saca con su caballo a mucha gente que era arrastrada por las aguas del río, Don Baltasar de Herrera que socorre y da sustento a los afligidos salmantinos, Don Ioseph de Anaya que arrojándose a las turbulentas aguas, salva a más de algún desdichado de morir ahogado o el Regidor Lorenzo Sánchez Aceves que socorre y alimenta a las Agustinas Descalzas llevándolas a su casa, dan muestra de los difíciles momentos por los que se estaba pasando en las orillas del Tormes. También cabe destacar la inmensa labor que los estudiantes de los diversos Colegios Universitarios hacen al prestar auxilio a mucha de la gente que en esos momentos lucha por salvar no sólo su vida, sino también las pocas posesiones que hasta entonces han disfrutado y que en algún que otro caso les supondrá la pérdida de algunos de sus compañeros en ayuda del prójimo.
 
Restos de la iglesia de San Lorenzo
Estos son los primeros y peores momentos de la catástrofe, ya que la escasa luz que aportan las antorchas y candiles con la que trabajan los salmantinos que salen en ayuda de los damnificados, sumado al frío, la lluvia y el viento que les acompañan, hacen que los trabajos de salvamento se vean guiados más que por la vista, por las voces lastimeras de los moribundos y heridos que pidiendo auxilio salen de entre los escombros en los que muchos de ellos se hayan sepultados.

Para socorrer a los vecinos de la parte derecha que han quedado incomunicados del resto de la ciudad y que pasan las peores horas del temporal a merced de las inclemencias del tiempo, sin otro parapeto que les proteja del agua y del viento, que las ruinas de sus casas, se les hace llegar dos barcos con hombres y material, que con más pena que gloria cruzan las peligrosas aguas del Tormes.

Durante toda esa noche y parte del martes 27, los salmantinos se vuelcan en el auxilio de los que lo han perdido todo ayudando a recoger lo poco que las aguas no les han arrebatado, o se afanan en dar sepultura a los innumerables fallecidos que han ido recuperando o sacan del río los cuerpos de los que son arrastrados por la corriente. 

Para poner remedio a la situación de pobreza y desamparo en la que muchos de sus ciudadanos han quedado, en los días siguientes, el Consistorio, la Universidad, Colegios y los Conventos que no se han visto dañados por la riada, ponen a disposición de los afectados todo los medios y alimentos de que disponen o pueden recoger. Esto último les resultará altamente penoso ya que muchos de los molinos donde se molía el grano para hacer pan han sido inutilizados por la inundación, así como los almacenes donde se guardaba el grano y los rebaños, que han desaparecido con las aguas.
La ciudad tardará todavía algunos días en volver a poner en pie algunas de las infraestructuras que han quedado dañadas.
De los escombros que el agua no ha podido llevarse se levantarán nuevas casas.
La miseria a la que muchos salmantinos han sido arrojados en tan sólo unas horas, tardará algo más en solucionarse.

Las lluvias volvieron a causar otra avenida de aguas en febrero de ese mismo año, pero con menores consecuencias que las que se sufrieron en unas pocas horas de la noche del 26 al 27 de enero de 1626.

Diversos pueblos o aldeas que hasta entonces habían figurado en los mapas, fueron borrados de ellos para siempre como los de Centenrrubio, Chinín, Azurguén o Narros del Río. Otros lograron sobrevivir a esta riada Castañeda, Aldealengua, Santibáñez, Bocinas, Andresbueno o Amatos.

Esta riada supuso para Salamanca la pérdida de numerosos conventos e iglesias que ya nunca se recuperaron, más de cuatrocientas cincuenta casas, casi todas ellas extramuros destruidas, un millar más dañadas, medio Puente Romano “desaparecido” por el ímpetu de las aguas, 142 fallecidos y un valor en pérdidas de más de ochocientos mil ducados de la época.
 
Estas son las palabras de un testigo que quedó fuertemente impresionado por la riada: «...Dios nos mire con ojos de misericordia, que los nacidos no han visto semejante calamidad...»
Parte del Puente Romano donde se aprecia la reconstrucción (1677) después de la riada.

Otras Riadas importantes anteriores:


1256 RIADA DE LOS DIFUNTOS,  noche del 2 al 3 de noviembre.
Como consecuencia de esta riada el Convento de monjas Santa María de León en la Serna (Religiosas Benedictinas de Santa Ana) fue destruido en su totalidad por lo que tuvieron que ser trasladadas al convento- iglesia de San Esteban de allende la puente, (en el Arrabal) denominado así para diferenciarlo del otro San Esteban que se encontraba intramuros. El Puente Romano sufrió serios destrozos y los Dominicos se mudaron a la “Parroquial Iglesia de San Estevan Proto-Martyr, con su cementerio, adherencias y pertenencias” desde su anterior morada en la Iglesia de San Juan el Blanco.


1422
Otra riada produce cuantiosos daños en el convento de los Monjes Benitos, el Puente Romano y vuelven a ser trasladadas la monjas del Monasterio de Santa Ana al interior de la ciudad, a la Hermita de Santa Ana, en la calle Genova.


1498 RIADA DE SANTA BÁRBARA, 3 de diciembre.
Tras varios meses de lluvias y nieves se produce una nueva avenida del Tormes que anega las vegas cercanas a la ciudad y causa grandes daños en la parte izquierda del Puente Romano, destruye la aceña del Arenal en el Arrabal, así como varias casas cercanas a los muros de la ciudad y otras tantas cercanas al Lazareto de la ciudad en el Arrabal.

"Agua y nieve /y vientos bravos corrutos, /¡reniego de tiempos putos! /¡Ya dos meses a que llueve!"
 
"Las corrientes mezcladas y en vasta vorágine rompen, /Donde el puente en declive siete ojos tiene menores /Que los demás", o, en fin, que "Quebró la puente, de la que partió con su empuje tan solo / Un arco y le dañó únicamente en aquella parte / Que se sabe muy bien que no hizo Alcides el fuerte, / Más poderoso que el cual jamás otro alguno ha existido"


  • Una crónica sobre la riada de San Policarpo en Salamanca, y sus consecuencias.
    Bienvenido García Martín.

  • Historia de Salamanca.
    Manuel Villar y Macías.

  • Historia de la ciudad de Salamanca.
    Bernardo Dorado.

  • Sucesos de la grande y furiosa avenida del río Tormes.
    Carta-crónica de un estudiante de la Universidad de Salamanca enviada a la ciudad de Sevilla.

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